se había quedado
ese amor, lejos, dormido,
frente a los santos de su alcoba.
Ahora, una mirada distinta,
con un gesto más frío
acunaba al crucificado,
transeúnte de su almohada.
A la sombra del viento
como un sortilegio,
el temporal nuevo
de tu piel rogaba
a la cruz y la aldaba,
al claustro empedrado,
al ajado libro áspero y sagrado.
Ni látigos, ni pinchos, ni todo el opus,
pudieron escarmentar tu cuerpo
ni enmudecer su comunión.
Era un arma mortífera
su boca y su caricia,
la sábana cálida y crujiente,
y el aroma a pan de maíz
por la mañana.
Era un presagio
su toca y su camisón jóven, y
tus ojales mansos, desterrándose,
entre sus dedos largos.
Era una larga pena, la pena
del dios de sus antepasados,
y la oración trashumante
que implora de boca en boca,
y ata con cuerdas sus manos.
Era una condena
lo sabias,
y tus alas sólo barro.
Muy bello!!!
ResponderEliminarComo siempre: impecable. Pero yo prefiero la prosa, la entiendo mejor...
ResponderEliminarMuy hermosa tu poesía,!!
ResponderEliminarMe encanto tu poesía..
ResponderEliminarGracias a todos por sus opiniones. Me halagan continuamente. Cada día tengo más ganas de escribir!
ResponderEliminarCariños