miércoles, 30 de diciembre de 2009

Habitaciones privadas

Suena el viejo blues de la nostalgia, se quiebra otra partitura, como si el amor tan sólo fuera un contrato de noticias, como si canjeásemos unos desamparos por otros. O como si acaso fuera el corazón, un lugar pagado por unas horas, donde los mundos se hacen semejantes tan sólo porque los iguala la mediación de una fina pared, y el sonido de voces vecinas. Paredes que guardan confidencias, vidas transeúntes, nómadas, que por un instante recorren los pasillos de tu alma, y caminan el mosaico de un tiempo feliz. Cíclico y tan efímero que basta retirar las sábanas y las toallas que se impregnaron de ti para citar al olvido y para que el lugar vuelva a ser distante e impersonal. Lugares protectores, intensos, tan sólo en el momento en que alguien los habita, interpretándolos como ésos cometas que son. Banquetes de recuerdos a los que no acudes tú, olvidos reformados. Porque eso es lo que tienen las historias que no se acaban solas, que se exaltan, que se engrandecen y espesan llenas de supuestos y se tornan tal vez mas bellas por lo que no fueron. Paredes huecas... Huecas paredes… que cantan, que bailan. Que cantan… que gritan… y muchas, muchas veces lloran:
“Que empiece la burla de la monogamia para ser polígamos en serie, que las putas sean princesas y las princesas putas de monarcas ciegos, que más da, entre todos los naipes siempre hay una reina de corazones.”

sábado, 26 de diciembre de 2009

Cuéntame...cuéntame




Cuéntame…dime cómo puedo huir de tus pestañas
cómo puedo dejar de volver la cabeza
y encontrar tu mirada en cualquier punto donde la detenga.
Cuéntame cómo puedo dejar de temblar con el roce de tu mano.

Cuéntame…dime, cómo puedo no caer en ti, sobre ti, en tus gestos,
cómo puedo arrancar mi aliento de tu pecho,
cuéntame como puedo apartar éste corazón
que se me ha azulejado a tu piel.
Cuéntame cómo puedo renunciar al aliento entre cortado,
al gemido roto y mudo, a estas manos soldadas.
Cuéntamelo mientras hallas el valor de acercarte
por la espalda, como tantas veces,
cuéntamelo mientras me muerdes la nuca,
dímelo mientras mis pezones llenan el espacio
que queda entre tus dedos,
mientras me arrancas a mordiscos éste deseo
y ésta fatua tentación de seguir ansiando
lo que ahora ya no es tentación porque es pecado.
Y báñame, empápame, con el agua bendita de tus besos,
y consuma.... consuma esta prohibición,
hasta que nosotros mismos la impidamos,
como si hubiera dejado de ser nuestra
con esa fuerza de lo que excede, de lo incontenible,
como si fuera una pasión ajena que toma todo,
que posee todo,
lo que esté entre tu cabeza y mi pecho.

lunes, 21 de diciembre de 2009

sólo por ésta noche

Igual que quien visita por segunda vez

la escena del crimen
así pasea la imaginación
por el ángulo sobreviviente de las mesas.
Con discreción se buscan rastros
como si de verdad hubiera acontecido
algún crimen.
Todo está en orden, se dice,
aunque éste es el lugar donde la espera se comete
ferozmente fiel a un cigarrillo.

Pero la muerte no está en éste lugar de tazas
ni en ésta aldea de sillas iguales y anónimas,
ni es ésta tropa de caras como de otro planeta
porque no fueron testigos.
Lo que se bebe es el silencio ocupando un
espacio demasiado amplio,
y ése sí es el lugar donde la encuentras.

Van transformándose esos rostros de
desdichas ignoradas
hasta alcanzar el cargo de verdugos.
Se medita en silencio: ¿es amor o es miedo?
Entonces emerge lentamente dividiendo el crepúsculo
la estampa temible de un espectro.
Atemoriza oírlo,
la voz peleada con la vida:

-recuerdas tu reputación de reina solitaria,
y sin embargo, de tu Lancelot, que ya duerme
lejano, nadie, ni tú, valuó
el amor que amortajó su cuerpo-

Siniestro el velo de vocablos que se aquieta,
helado, cuando el diálogo culmina.

Trona limpia la fila de tazas en la barra,
se invierten sillas y la gente acarrea
los aromas de las voces.
La ilusión se demora sobre las huellas
de los pasos; de un ser real sólo
queda la niebla de alguien que no estuvo
en ésta silla vacía,
y que se ha fugado del espanto,
al menos
sólo por ésta noche.


lunes, 14 de diciembre de 2009

Huérfana


Nos enseñaron muchas palabras ambiguas, variables y descoloridas. Metáforas tranquilizadoras para nuestros pensamientos inquietantes. Pero en todo ese discurso no decía que la pasión es una puta analfabeta herida, que corre por ríos de tierra oscura.

-Todos somos un poco subterráneos, tenemos ambos lados superpuestos-
Tampoco aprendimos que la soledad es la madama, que viene a cobrar el día menos pensado, por favores que ni siquiera uno recuerda.
No se explica, no describe de qué se trata, sólo cobra al contado, y te deja en esa vaguedad que no se entiende, pero claramente instalada en cuerpo y mente.

Vestidas de mil maneras diferentes, acechan, al otro lado y ni las siete llaves que pongas te resguardan de cada una de ellas. Deslizan su papel bajo la puerta como lengua insidiosa y atención con levantarlo, porque ya contamina sólo mirar que desvanece.
Es la una o la otra, que vaporiza y esparce su humo por la casa. Sahumerio de locura o melancolía.
Por lo tanto…o la metes en tu cama y consumas de una vez su propósito desgarrándote entre sopores o gemidos agónicos (con lo cual, la otra, volverá para su cobro) o le sirves un té, como a una vieja conocida, un parentesco no deseable, pero imposible de evitar y tal vez tenga piedad y su visita sea breve. No es cosa de fácil elección.
Sin embargo, es tan humano caer y tan artificial el paraíso, que el fantasma de una estará, siempre, durante la estadía de la otra, y tendrás que conocer tus partes laterales.
Tal vez después, sólo después, elijas la peor, la más huérfana, la que todos desprecian u olvidan y te quedes mirando la mancha que dejó la que no elegiste, en la tasa sobre la mesa, con su propio color, con su forma inequívoca, y en tu cuerpo habrá un lugar reservado, de la mejor manera, pálido y sin sabor rogando porque regrese la que dejaste ir.

martes, 8 de diciembre de 2009

Tierra Santa

Podía haber comenzado en cualquier momento, pero comenzó con la lluvia.
Podía haberlo hecho cuando la gente regresaba a sus casas, y yo tenia conmigo todas las ganas de envolverme.
Podía haberlo propuesto cuando avanzaba la noche, y mis sienes se helaban.
Podía haber tratado cuando las sombras llegaban a comerse la ciudad; o tal vez cuando me desvestía, semidormida, con los sueños mezclados con los miedos.
Siempre pude, en realidad siempre…
Pero esperé al silencio, como socio de lo inservible. Esperé al círculo del alba y al despecho de la vigilia para que, en la agonía, se escribiera el verdadero nombre.
Entonces me llamó madre, le dieron un poco de agua, creí haber escuchado que algunos dijeron que un relámpago trazó en el horizonte una luminosa raya. Una voz fuerte resonó como si descendiera del cielo, en la oscuridad sin sombras, en aquella noche oscura como todas las demás noches, el cielo no estaba más claro ni más oscuro que otros días; ninguna luz lo iluminaba, como un signo milagroso. La luna, oculta por espesas nieblas, no era llena ni roja. Los cielos no se desvanecieron como el humo, ni se enrollaron como un documento. La tierra no se quebró para volar hecha astillas, no vaciló como borracha, no fue sacudida. El mar no estaba agitado, y sus tranquilas olas no arrojaron lodo ni espuma. Las montañas no se derrumbaron y no se fundieron en el fuego. El vino nuevo no estaba de luto, la viña no se había ajado y ningún cordero gemía más que de costumbre.
Sin embargo hubiera podido haber un signo, un ínfimo, un pequeño signo, que manifestara que no todo era normal. Sin embargo quién hubiera podido cambiar la previsión, la ciencia profética anunciada por los sacerdotes de blancos ropajes, si él mismo anunciaba su propio fin y su futura resurrección.
Sólo podía saberlo yo, que no poseo la omnisciencia. Yo que pude comprobar meticulosamente que la hora del rabí no había llegado por la mano de un hombre. No había muerto como se esperaba: le habían matado. Yo lo asesiné.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Peces de ciudad

Hay quien dice que fui yo

la primera en olvidar,
cuando en un si bemol de Jacques Brel
me perdí "dans le port d`Amsterdam."…
Peces de Ciudad (J.Sabina)

Todos morimos de alguien,

lo supe mientras rompía
mi imagen de vidrio
en sus ojos café.

Recordé, en los días de reposo,
a los hombres que yo,
alguna vez maté,
mientras detuve el viaje, entre
el paso fragmentario de los meses
y los años azules, primaveras
y veranos, ciegos congénitos
y heridos. Mártires sucesivos,
pequeños transeúntes cruzados
al andar…
Antes de morir lo apreté
más fuerte. El trató de morderme,
boqueando. Peces…
qué animales tan pequeños.
Me sentí en su mano,
en su tierra de piel.
Adiós, qué inútil palabra:
presentí, entendió, nada más
hizo falta, sólo
estirarse hacia el olvido.

Peces de ciudad, por Ana Belén. ¡Una maravilla!

martes, 1 de diciembre de 2009

agujas de nácar



Eran las mismas ramas del invierno
con su mansedumbre de hojas cuajadas,

y la misma plaza de bancos

lavando las eternas ráfagas.

Era el duende del mismo villancico
con la nota calada

en los caminos circulares

que la ronda fraguaba,

entre los picos en cruz,

y las saetas sagradas.

Era la misma mujer leyendo

sobre las alas de tinta

de aquel libro prestado,

buscando –como siempre-

la risa de una sayuela blanca.

Era el mismo sonido de tus pies

al pisar el camino de grava

mojada la frente, con la misma gota

quebrada.


Y era la misma sombra

larga y huesuda de las celosías

rugiendo sus agujas de nácar,

que, como a un amante, esperaban

tus cincuenta años, presintiendo,

oscuramente, que jamás volverías

porque jamás estuviste.