sábado, 17 de octubre de 2009

Nunca Inés

¡Oh guerrera, hábil en el combate de las rosas!


La sangre delicada de los trofeos que adornan tu frente triunfal
tiñe de púrpura tu espesa cabellera.
Tan suave es tu cuerpo sobrenatural,
que el aire embrujado se perfuma al tocarlo...

(Las mil y una noches)


Oyó las campanadas de un reloj lejano en algún lugar de la ciudad… abajo… medianoche…
Se acostó al amanecer. Antes había mirado por la ventana que en algunas partes padecía la falta de vidrios, cubiertos los marcos de polvo. Había observado con sus ojos aún maquillados mientras la oscuridad se disolvía dócilmente vencida por la luz. Pasó un colectivo con obreros y cruzaron la calle algunos coches que aún llevaban los focos encendidos.
Se acostó vestida y no se despertó hasta el anochecer. Durmió de un tirón. No soñó, y la nueva oscuridad la despertó como despierta la claridad. El cuarto completamente vacío, ni siquiera una luz en el techo. Sólo tierra que había entrado durante años por los huecos de los vidrios faltantes en las ventanas.
Debía salir; la calle implicaba peligro pero allí encontraba su sustento. No podía recorrerla así nomás, como si fuera otra, con un cuerpo sin memoria, sin juventud, sin vejez.
Myriam. Otras veces Analía. De tanto en tanto Sandra. Raramente Edith. Nunca Inés.


Myriam no se disfraza de ejecutiva como algunas ni lleva un celular como otras. Viste de barrio: atuendo simple, insinuante pero no atrevido, perfecto para la ceremonia que tiene armada. No va con cualquiera ni se descubre ante cualquiera.
Analía, otras veces, anda apurada; parece no mirar a nadie pero mira. Persevera y triunfarás se repite. Y vaya si lo logra, pocos pero buenos. Nada de amargados, ni agresivos, ni desesperados, y en especial nada de enfermos.
Sandra de tanto en tanto monta un numerito que no es para todos, apenas para algunos selectos cuya vida está corroída por los placeres y el despilfarro.
Edith raramente falla. Sabe que su cliente está ubicado entre los cuarenta y cincuenta, en esa época de la vida en la cual los hombres ya se han dado cuenta de que sus sueños de juventud jamás se harán realidad y que sospechan que de haberlos concretado no valdrían para nada. Esencialmente “buena gente” nada más. Con su aguda percepción los detecta al sólo verlos.

(-No, no me lo agradezcas. -De esto vivo. Sus párpados se abrieron al máximo y las pupilas lo taladraron con una mirada tan intensa que casi resultaba inquietante. Estás muerto… ¿sabés?…le dijo como en chiste. La sonrisa con que intentó calmarlo, alteró durante unos segundos la confusión de acné y cabello que era el rostro del joven…)

El coto de caza predilecto está en las cercanías de Puerto Madero o en la Recoleta, pero de ningún modo recurre dos veces seguidas al mismo sitio; total, posibilidades hay muchas. Allí avizora a sus presas con aire triste, distraído y desamparado.

Analía, otras veces, está muy atenta; no se le escapa ningún detalle, ningún gesto ni mirada. Elegida la víctima se decide a la captura preguntando por cualquier cosa, una calle, un negocio, mirándolo directo a los ojos. Si él sonríe apocadamente bajándolos, está hecho. Uno de cada dos, seguro. Mucho mejor que las “damas” de las esquinas o de los bares.
Percibe que su víctima se imagina el cuerpo debajo de la tela, ensaya vergüenza y mira para otro lado. Entonces atropelladamente le dice que está desesperada, sin trabajo desde hace meses y que ésta es su primera vez, que perdone sus nervios. Pide disculpas, parece recapacitar y amaga retirarse… Al volverse para mirar a su presa los ojos se le ponen húmedos.
-Esperá. No, no te vayas
Ya está seducido y adopta una actitud protectora, y ella en ocasiones se deja amparar…

(Después de haber conocido los suaves suspiros y los gritos que acompañan los transportes extáticos del amor humano, lloró las lágrimas más amargas que había derramado desde que fue exiliada al mundo de la noche…)

Myriam tiene una gran habilidad para sonrojarse hasta parecer casi abochornada. Con los pómulos ruborizados y los ojos tímidos pero incitantes, finge sinceramiento. La ropa hace el resto.
Sandra raramente opina que los hombres son difíciles, y no comprende por qué tantas mujeres tienen problemas para conseguirlos. Un café, un cruce y descruce de piernas, varias poses estudiadas y ya está. Ella representa alguna clase de virginidad y sabe como ponerla en evidencia para que él se sienta cómodo, confiado, y sobre todo importante.

(El apartó la sábana con que se cubría, se inclinó sobre ella sonriendo y la besó en la boca. Los labios de ella se separaron, pero no en la forma que había esperado. Se curvaron dejando escapar un gruñido acompañado de saliva…)

Myriam es muy bella y lo sabe demostrar, Edith siempre huele discretamente, Analía sabe escuchar, Sandra es la conocedora. El resumen es perfecto y el rendimiento excelente.
Pero a pesar de eso hay noches en que la “vida” se le pone vacía y se deprime. En esas oportunidades suspende todo y se recluye. Apenas se alimenta; tal vez algunos saldos de noches anteriores.

Cuando llegó el crepúsculo deseó vagamente que se formaran algunas nubes; le había entrado un raro temor ante los espacios vacíos del cielo.Se estremeció cuando sus ojos se posaron en el marco de madera tallada a mano de la ventana más próxima. Un suave sollozo del más puro terror escapó de sus pulmones jadeantes…
Era una vieja y tétrica morada que comenzaba a exhalar ese débil olor malsano de las cosas que se han mantenido en pie demasiado tiempo. Hizo girar el picaporte. La puerta se abrió con un crujido casi inaudible. Aunque no había muebles ni pertenencias salió cerrando con llave. Se quedó un buen rato acurrucada junto a la puerta, escuchando y trazando planes mientras hacía acopio de fuerzas.
Debía salir, la calle entrañaba peligro pero allí encontraba su sustento.
Bajó las escaleras ocultándose de los vecinos y caminó tratando de imitar el paso de los demás. Se adhería demasiado a la pared. Todavía la calle vibraba de risas y murmullos. Aún era temprano, razonó. Sabía que era un error, debía haber esperado que la noche avanzara y la oscuridad fuera potente, y sin embargo no podía hacerlo ya las piernas no le respondían. Desfallecía. Comer -pensó- e imaginó torrentes de fuerza y saciedad. Pero la imaginación no le bastaba. Ella, que había sido capaz de transformarse en una criatura alada, estaba sometida a un cuerpo que le hablaba sólo de carencias y no de prestigio.

Myriam. Otras veces Analía. De tanto en tanto Sandra. Raramente Edith. Nunca Inés. Se sentía como yendo al cielo sin abandonar la tierra.

Algunas colegas de la calle se agrupaban ya en las esquinas. Circundó la plaza, corrió entre los edificios para encontrar un estrecho callejón pobremente iluminado.

Myriam. Otras veces Analía. De tanto en tanto Sandra. Raramente Edith. Nunca Inés. Jamás un ejemplar femenino, ese humor le provocaba una inexplicable repugnancia.

Entonces, en medio de la infinita desgracia, vino dulcemente la esperanza y una desesperación aún más vehemente la sofocó. Un viejo pasó delante de ella. Se detenía de tanto en tanto en las bolsas de basura. Sus códigos la abandonaron sumida en la monserga de su hambruna y comenzó a seguirlo por costumbre…esa costumbre ancestral.
El viejo se detuvo como alertado, se dio vuelta imprevistamente y de pronto se encontró mirando la muerte; dio un paso atrás, giró dispuesto a correr, pero la figura se movió y recorrió los peldaños de granito con espeluznante velocidad.
Una sombra oscura deslizándose…un rápido alcance, un gritito ahogado de horror, una súbita medialuna escarlata… y el cuerpo cayendo…cayendo sobre la vereda. Un marfil brillante danzó bajo la luna.

Ella: Myriam, Analía, Sandra, Edith y hasta Inés, se arrodilló definitivamente junto al viejo que yacía en la vereda. Una voraz sonrisa se le dibujaba en la boca.




Este cuento fue premiado por la SADE en 2004, y editado por Ed. Trivium - Madrid- en 2006

2 comentarios:

  1. Muy bello y conmovedor. Sumamente psicológico, al menos para mi. Habla de todas las personalidades que podemos llegar a tener, y muchas cosas más... guauuuu. Me sacudió!

    ResponderEliminar
  2. Evidentemente no en vano fue premiado. ¡Y nada menos que por la SADE!

    ResponderEliminar

Gracias caminante...llévate una rosa, para que te arome el andar...