sábado, 3 de octubre de 2009

La noche más larga


El cielo seguía siendo una pizarra. El universo había decidido abolir el sol. El aire húmedo, cargado de niebla grasosa que de a poco cubría el río como una anaconda.Supuse que el agua corría, y lo supuse porque lo único que pude ver fueron restos flotantes, inmundicia reluciente, parches de petróleo, peces muertos, cáscaras, restos de cajas de fruta, un auténtico chiquero. Desde la ventana trasera del cuarto se apreciaba esa asquerosa intimidad de una ciudad escuálida y macilenta, aunque poderosa.
El viejo había tenido razón. Las cosas ya no eran iguales. La tierra significa mucho para los viejos, no es que la aprecien por su valor material. Es tu trozo de mundo. Ahora mismo esa ciénaga no era más que el cadáver putrefacto de lo que hubiera podido ser una exitosa empresa.
Obtuve las fotografías necesarias, tomé una muestra de ese grumo nauseabundo y volví sobre mis pasos tratando de no ensuciar mis pantalones con ese enjambre de trastos. Entré al bar del pueblo casi al medio día. Se acercó un camarero que no reconocí. Se parecía al empleado de la noche, pero todos los calvos siempre parecen parientes.
Estaba comenzando a comer mi sándwich cuando un uniformado se paró junto al rectángulo de mesa que quedaba sobre el pasillo. Se presentó como el guardia a cargo de la fábrica, mejor dicho de lo que quedaba de la fábrica. Me preguntó si aceptaba que me invitara con un trago. Fue una decisión que no tuve oportunidad de tomar. Sin esperar ninguna respuesta pidió dos cervezas y comenzó a acomodarse frente a mí. Mientras realizaba ese lento e intencionado ballet, con una deliberada costumbre prístina, yo lo observaba en el espejo del bar.
Era flaco como una espada, de piel morena, pelo color azabache y nariz muy afilada. Se movía con naturalidad, pero a mi no me engañaba. Le noté los labios finos, los ojos de mirada desconfiada, y la pistolera estaba bien brillante y lustrosa.
En otras ocasiones había conocido hombres así. Tienen tanto orgullo que hay que temerles. Hombres tan susceptibles a un desaire que son capaces de matar por un insulto, una burla, o un empujón accidental. El motivo no es el mal genio, ni el engreimiento, ni siquiera arrogancia; el miedo es su motivo, y la defensa de su amor propio tan devastado que cuando se ve amenazado, puede volverse violento. Es también, esa sensación de no dar más, es ese odio reprimido por deber trabajar en algo que es un mandato. No se puede menospreciar tal imagen. Con una persona así no se lucha; es mejor cambiarse de vereda.
Mantuvimos una conversación apacible. No buscaba nada sospechoso ni amenazador, simplemente quería obtener una primera impresión rápida del motivo de su presencia en el bar, a esa hora, conmigo, y pareció que él pretendía lo mismo.
Eso había sucedido hacía dos años atrás. Después de haber hablado con el guardia, estaba convencido de que mi vida iba a cambiar. Que repentinamente me convertiría en un santo, lleno de bondad y comprensión. Al día siguiente había vuelto a ser el cretino de siempre, y una semana más tarde ya había olvidado la mustia voz de aquel hombre dolorido y depresivo que tuvo un último gesto de coraje, muy lejos de lo que yo habría previsto, al presentarse en aquel bar y declararme su paranoia, que aseguré injustificada, y que pasé por alto muchas veces, ante la aparición de cada prueba en la causa de la fábrica de balas de plata.
Siempre me burlé de los mitos, y de lo que yo llamaba superchería. Los misterios exangües me parecían intimidaciones o actos sensacionalistas de algunos locos inmaduros y entusiastas que ingerían alguna especie de sustancia psicodélica para tener protagonismo en las vidas mortecinas que normalmente llevaban. Ese fue mi primer error de criterio, el segundo fue aceptar el caso sin querer tomarme el trabajo de estudiarlo profundamente y darle el valor que tenia. Entre esa gente crédula y ritualista, había experimentado una extraña sensación de intimidad, de ser los únicos supervivientes del mundo, de que todo quedaba fuera de ese pequeño baldío en la geografía del planeta, de que nos consolábamos, nos dábamos fuerzas.





Ahora todo ese pueblo estaba contra mí. Yo había representado su única esperanza, pero como un Van Helsing fallado no les dí oportunidad. El viejo había tenido razón. Esa tierra estaba maldita. Supe que así era. Casi podía escuchar su voz ronca, gritando por la Voz del Juicio Final, con sonoros acordes de órgano de fondo. El zumbido de las alas, en el vuelo rasante de las últimas criaturas oscuras estaba ya allí, sobre ellos. Un cántico piadoso, débil, se escuchaba junto al tañido de las campanas llamando a duelo. Incluso cuando ya estaba en la cama, tapado, impaciente por conciliar el sueño, de puro miedo, oí ese lento canto fúnebre y vi una tétrica procesión mortuoria que avanzaba por la helada tierra. Contemplé por milésima vez la firma y el lacre del acuerdo que tenía en mis manos, lo puse debajo de la almohada, e intenté dormir de una buena vez. En la mañana comenzaría mi largo viaje hacia la tierra de los Cárpatos, donde sería huésped de la familia de un conde.


8 comentarios:

  1. Me pongo de pie ante la descripción del guardia, mejor dicho, del "uniformado". En esa descripción falta la palabra "cobarde", porque, muy a pesar de que se diga lo contrario, quien empuña un arma es esencialmente un cobarde de fuste. ¡Impecable!!!

    Sólo (en mi opinión) revisá la frase: El zumbido de las alas, en el vuelo rasante de las últimas criaturas oscuras estaba ya allí, sobre ellos(las ll).

    En verdad, como dije, impecable!!!

    Besos.

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  2. Bueno, muchas gracias por los comentarios. Tendré en cuenta tu opinión, Horacio. La verdad es que me dan mucha energía para seguir escribiendo. Espero mantener éste entusiasmo en mis lectores!:-)
    Cariños!

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  3. Gracias Nory:
    Sos mi lectora mas fiel!
    Un besote!!!

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  4. Muy descriptivo, realmente llena de imagenes la mente leerlo. Y arribar por todo fin a la continuación de la historia.

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  5. Gracias Gustavo por tu visita y comentario. Hay una continuación muy próxima a aparecer. O más de una...como dicen los artistas:el público es quien manda!:-)
    Cariños

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  6. Mmmmm..., el misterio y el suspenso están empezando... Espero impaciente la continuación.

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Gracias caminante...llévate una rosa, para que te arome el andar...