Reedición
El gran Visir posee un libro donde están delicadamente dibujadas las ciudades del reino. Palacio por palacio, templo por templo, calle por calle...
El libro contiene también los mapas de las ciudades prometidas, pensadas una y mil veces y todavía no descubiertas. También contiene los dibujos de las plazas, los ríos, las murallas, las tiendas, las casas, los cementerios, las rutas de las que quedaran definitivamente infundadas.
Todas han sido soñadas y plasmadas en el terso papel de seda. Tan lastimeramente iguales, tan incomunicadas en el apretujón de la tinta. Tan petulantes de mármol y arabescos, y a la vez tan tímidas y orgullosas.
Esos dibujos ciudadanos son la traducción en tinta y pluma del ánimo de su hacedor: fatalmente vanidoso.
A despecho de la humillación transitoria de sus despertares sin nuevas conquistas, el gran Visir ha preguntado una y mil veces más a oráculos, sacerdotisas y magos, cuál de sus futuros lo impulsará con vientos propicios. Todo ha sido en vano. Hasta ahora ningún vaticinio le ha otorgado ser el dueño del orden nuevo del mundo; orden que por otra parte él mismo ha perturbado.
En las tardes de buen clima le parece –a veces- que alguna voz le llega lejana. Entonces presiente que su convivencia humana ha llegado al extremo de un ciclo, pero le resulta imposible imaginar la nueva forma que adoptará.
En realidad no es menester que lo apuntalen otras realidades. El se sabe la sombra de una memoria, ejerciendo la imagen de este ahora. Como el polvo incalculable que fue ejércitos, como los rostros de las largas migraciones, como cada gota de agua en la clepsidra, y los días en que ninguno fue primero… él se sabe sueño... Mas las frágiles nieblas de los años le han convertido en chamusquina muchos de sus recuerdos.
Ser una cosa es inexorablemente no ser otra. La intuición confusa de esa verdad es la que lo induce a soñar, congregando los miles de rostros que un hombre sabe, sin saber, después de los años.
Cuando nuevamente despierte creerá recordar frases y actos quizá solo pensados, y tomará nuevamente la pluma y agregará otro soberbio dibujo filigranado en su libro.
Mientras tanto, secreta en su porvenir, lo espera una lúcida noche fundamental, en la que su luna se convertirá en la misma que miraran los caldeos, el tiempo circular será el de los propios estoicos, y en su boca cobijará la moneda del que ha muerto.
Pudiera ser también que las esfinges, los grifos, los dragones, las quimeras, las hidras, los nenúfares, los basilisco, los unicornios... volvieran a tomar posesión de su reino.
©® Susana Inés Nicolini
Sue_*
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