martes, 29 de junio de 2010

pro nobis

Esta noche alguien me está matando

por perpetuar una silueta en las sombras
por arañar el manto de los sueños
por desgarrar los párpados ciegos
por dejar yermo el sepulcro y el huerto
por convertir las manos en un soplo
y en humo de incienso el abrazo
por ser sólo el acorde de un gemido profano
por no admitir el cielo destemplado
por no matar el tiempo del verdugo
por robar la luz del resto de algún aura
por maldecir el vino consagrado
y hacer lisonja las plegarias infecundas

por la grieta que hace esa voz en la madrugada

por ese poder inexorable de los resucitados

porque sólo es de noche

y nadie puede contra el goce del infierno.




miércoles, 23 de junio de 2010

mi nombre es ángel

La tarde ha iniciado su camino deslumbrante hacia el ocaso. El sol restalla sus mansos látigos sobre la ciudad. Una ciudad europea, como tantas, antigua, en la que todos están allí. Viniéndose encima. Todos están allí en el paso, la forma de sus narices, los ojos, los pómulos. Las livianas sandalias marroquíes, los sayos hindúes, los suaves mocasines italianos, el público de Goethe o de Shakespeare. El porte de los paraguas ingleses, las manchas en las manos de los veteranos condecorados. La templanza samurai, las cabezas rapadas, los pelos a rayas moradas y azules. Todos están allí, en el silencioso avance de la contrainmigración. La memoria del amor libre, los jóvenes andróginos aturdidos por las drogas. Los rostros negros, íconos del presente libre que podrían ser la indeleble imagen del exilio. Todos reconocibles, pero no conocidos. Ignorados ex profeso, caminando por la tarde rumbo a la noche pálida, hacia un descanso ansiado, hacia la sórdida tiniebla de la indocumentación, claramente documentada.

Y entre todos por escudo, de pronto, desde el este, apareció él, rodeado y nítido. Tan bello, tan unánimemente bello. Con sus rizos esponjándose alrededor de sus lóbulos. Sonrosado apenas, apenas dibujado, sosteniendo el recuerdo de las huestes milenarias de sus antepasados. Todo piel, todo tallo. Era como una acuarela de un paisaje toscano: brillante, fresco, liviano, intangible.
Miró el cielo frío. Ni una nube. El invierno austero y misterioso se ofrecía que una descomunal lengua acristalada. Y ese muchacho, una criatura apenas, disimulaba entre tantos su desamparo, haciéndose más transparente, en ese universo de rostros cetrinos, amarillos, sudamericanos, turcos, africanos, arios.
¿A quién podría importarle el paso de ese muchacho etéreo? ¿A quién? Sin embargo, él sabia que algún ojo, alguna mano, podría estar atenta en ese peculiar estado ansioso en que se encontraba ese mundo nuevo.
El era, a pesar de todo, un inmigrante con sus ojos claros, con su pelo casi blanco, con su altura y su esbeltez…aun era un inmigrante. Una herida insoslayable de discriminación y remordimiento inserta en la historia de aquellas tierras unidas, y sin fronteras. ¡Que paradoja! Ser tan joven, y tan viejo, como las mismas miserias imperiales.
Sin embargo, la tarde con su tibio sol restante, abrigaba a todos por igual. Esa luz manchada por los trazos de algunas sombras, como una gran madre, trataba de rescatar a esos transeúntes perdidos entre las diferencias indiferenciadas, agotados por la constante búsqueda de una identidad sobreviviente.
No hay frío más intenso que el que se lleva en el alma; ese que sorprende a las gentes errantes que, sin raíces, buscan su lugar en la Tierra.
Y él caminaba. Caminaba reflejándose en las pupilas de los ojos que azuleaban su negro, en el sudor helado de las frentes de ébano, en las mancuernillas de los señores de traje, en los vidrios de las ventanillas cerradas y en las gemas de los engarces. Y él caminaba tal lo prometido. Entre los vivos y entre los muertos. Entre las noches y las madrugadas.
¡Dios mío! dijo un viejo no creyente, ¿dónde demonios has estado? te estuvimos esperando. Tu madre llora desde hace años. A tu hermano lo mataron ¿lo sabes?
Si, viejo, lo sé. Por eso he regresado. ¿Dónde está el fuego? ¿Lo han encendido? Traigo conmigo el azufre…hay que prepararlo. Llegó el tiempo.

Si lo soñé mientras caminaba, mientras andaba por las calles de esa ciudad antigua, con el subconsciente de todas y cada una de las otras vidas pasadas y presentes rozándose al pasar… si lo soñé… ¿qué lo hace real?
¡Escribirlo!

viernes, 18 de junio de 2010

Padre nuevo

Hay libros cortos que
para entenderlos como se merecen,
se necesita una vida muy larga.
(Quevedo)

Intuyo un cierto padre y escribo... 

Suelo tomarme mi tiempo para las cuestiones vitales, ser un poco lento, meditar cual será el resultado del acontecimiento, y decidir –sotto voce- , o acaso “ad referéndum” qué cuestión es prioritaria en éste mar de momentos. Mi vida, por lo menos en su quehacer y también en el ámbito de relaciones ha cambiado en los últimos tiempos.
Por un lado en el trabajo diario me muevo en una amplia constelación de situaciones. El tiempo del que dispongo para vivir: hacer+pensar+sentir, se ha visto alterado, mutado y haciendo más difícil el buscar el bache que mi exterioridad activa debe ir dejando.
Algunas actividades, como el leer y contestar mails, o responder llamadas, cual si fuera el refrendar documentos, se han convertido en un atasco al que, de mala manera, voy dedicando retazos como una obligación más bien impuesta que un deseo. Dejaré caer de vez en cuando algunos textos, o imágenes, que me tocan, que penetran en mi vida y dedicaré el tiempo escaso a emocionarme con el encuentro tranquilo y pausado como contrapunto de una vorágine, de una montaña rusa que requiere el encuentro pausado para asumir lo hecho y lo vivido.
El tiempo es un recurso escaso, por lo menos en lo que a mi respecta, y toda decisión de hacer "A" supone dejar de hacer "B" o "J" o viceversa. No puedo, ni quiero, deletrear todo el abecedario, así que intentaré centrarme y dedicarme a las letras principales. Prefiero, ahora, dedicar momentos a estar y conversar, a pasar una tarde en compañía, a juntar pequeños trozos de vida para posibilitar momentos de encuentro más duraderos.
Por éstos tiempos intento ver lo que una decisión va a suponer y últimamente, coincidiendo con la cercanía de fechas significativas, como cuando se acerca un año más de “acumulación de juventud”, o con momentos de más calma, tan infrecuentes en éste hoy nuestro, o un día festivo para los sentimientos, tal éste próximo domingo (porque uno ve y siente más cerca la figura paterna interiorizada y asumida) tomo un nuevo rumbo vital: ser padre a ésta edad es milagro y es deleite.

Los viernes no son un mal día para decidir.

Así que los dejo amigos de la “noctámbula", palabras en servilletas, flores de papel tabaco, tiempos de largos bostezos, difusas noches de cafés y humos, cajones en orden, perchas sobrantes, madrugadas invencibles, lunas y copetines.
A todos los dejo. ¡Hasta siempre sempiternos!
Tengo brazos que tomar, mejillas que sonrosar, manitas para atrapar, e infalibles juguetes esparcidos que invitar.

Dirán: es flaqueza. Yo digo: es heroísmo.

martes, 8 de junio de 2010

La piedra blanca

Ya se han ido todos. El hombre apaga la luz de la fachada para ver sin dificultad la noche. Corre un aire muy suave. A pesar de estar en invierno, aun, sorprenden las rachas de los jazmines con su fresco aroma. El cielo parece alto, seguro, intenso. La casa está aislada en la oscuridad, entre los montes puntuados con unas pocas luces distantes. Se oye el río crecido; las lluvias fueron mansas y constantes. Sólo quedan los perros pendientes de su gesto: ¿se quedará o saldrá a dar un paseo?. Uno se da cuenta antes, sube los escalones del portón, desde el primer descanso se vuelve y mira al hombre que le sonríe; detrás vienen los otros.
El hombre les prepara sus colchonetas con algunas mantas mordisqueadas, les da las buenas noches, va apagando una tras otra las lámparas de la casa, sin prisa, tiene todo el tiempo, toda la soledad. Sube hasta su cuarto. Arriba se escuchan mejor el río y el aire. El jardín está inundado por una luz pálida; brillan las piedras del camino y cabecean los cipreses. Busca un libro, uno para leer. La pequeña bombilla lo señala. La sombra rectilínea de las vigas, la cal de las paredes, el ingenuo nazarí del piso, le dan al cuarto un aire monacal, ─“la soledad” se dice, y respira hondo.
Hay tantas soledades como personas solas, y los caminos a ellas son innumerables.
Día tras día, ese hombre, ha esperado una señal, una en toda su vida. Una exacta.
¿Qué necesitaremos para convertir en inconfundible un día; para hacerlo destacado y distinto de los otros que se apilan en la niebla común de nuestras vidas?, ¿qué se consagren el amor o la dicha inolvidables? ¿qué sea el último?.
Un día tras otro, como el hombre, esperamos que suceda algo grande, algo que señale con una piedra blanca y decisiva una fecha , algo que subraye con un círculo fosforescente un guarismo en nuestro calendario. Sin embargo, no  notamos lo más grande que nos sucede: la vida misma. Sobre ella, como en una mesa transparente, colocamos objetos, posesiones, amores, desencuentros, risas, lágrimas, holas y adioses… sin la mesa todo se haría añicos. En la vida el camino es más importante que la posada. Mucho más: el camino es la posada.
A pesar de ello, tratamos de trocearla, sacarle partido, el nuestro: tan desconocido y distante. No somos sus protagonistas, ella es su propio fin, no un medio nuestro. Precarios inquilinos, apenas.
El hombre ya tiene sueño. No hablará más por hoy, ni siquiera consigo, es posible que tampoco lea. ¿Reflexionará?,¿dispondrá su tarea para mañana?,¿examinará lo hecho?...quizá, quizá no. Esta noche evoca sus días buscando la piedra blanca, ¿dónde la dejó?, ¿se la quitaron?, ¿la abandonó poco a poco como se abandona una costumbre?, ¿cuál fue la primera noche que pudo dormir sin ella?, ¿la tuvo alguna vez?...
Ha cesado el aire. El agua del río sigue corriendo, sucesiva e idéntica. Antes de dormirse entiende que cada día es esa piedra, que no la ha extraviado, ni extravió su secreto conocimiento. Va a dormir. Mete la mano bajo la fría cueva de la almohada y cierra su mano, empuñando la piedra hasta mañana, igual que lo ha hecho en cada uno de sus días desde que nació, como nacemos todos, con los puños cerrados...

miércoles, 2 de junio de 2010

Azotea del Museo Reina Sofía. Madrid

Esta foto me produce una extraña sensación. La tomé sin saber (ni tener idea) cómo iba a quedar. Sólo me subyugó el espacio. Para mi es una puerta a mundos paralelos...despierta inquietudes y provoca misterios. Da vértigo. Un juego de espejos fingidos, un conjunto de diagonales, paralelas, transversales .Un intenso juego de luces y reflejos.
Me pierdo en sus líneas...
Foto: Mayo 2010